lunes, 6 de mayo de 2013

De Andrea Cabel ....


Los conejos son criaturas con una sensibilidad particular, y sus dueños también lo son. Sus lágrimas, su forma de sentir miedo, su breve felicidad cuando acicalan su cuerpo, cuando se dejan querer al sol y se sienten protegidos. Su naturaleza colmada de vulnerabilidad, nos obliga a nosotros, sus dueños, a quererlos de muchas formas. Ellos no usan collar ni salen a pasear, no garantizan nuestra seguridad, tampoco son de los que atacan si alguien entra a robar a la casa. Tener conejos implica una necesidad y una personalidad, intuyo, especial. 

A mi me gustaron los conejos desde los cinco años o algo menos. Ahorre mucho tiempo monedas de diez centavos hasta conseguir los intis necesarios para irme hasta un mercado y comprar un conejo. Esa fue la primera ‘compra’ de mi vida. Ahorre y guarde, y quise, un conejo con Manchas. Y se llamo asi, Manchas. Para ese entonces, los comienzos de los noventas, yo no tenia una casa propia, ni una vida propia, entonces tener una mascota implicaba el primer paso hacia un mundo visiblemente mas personal, y a la vez, un tramite burocratico difícil para que me dejen tenerlo. Pero lo consegui. Y luego compraron una hembra y luego aparecieron miles de crias. No, no eran miles, fueron en total como 60. Pero ese número para alguien de 7 años era infinito. Vi nacer, crecer, morir a los conejos. A mi Manchas de ese entonces. Y entendí que los dueños aprendemos a morir un poco también, cuando uno de nuestros afectos se deja ir.

Manchas murió ahorcado y su larga prole poco a poco comenzó a desaparecer porque fue consumida por gente con la que viví. Yo nunca comí conejo. Tengo 30, y no lo hago. Se me hace caníbal consumir carne de mi propia carne. Luego de ese Manchas y de ver como los mataban y ellos no se defendían, ni mordían, y de ver como los remojaban en agua caliente y les sacaban sus suaves y tiernas pelusas, las que me habían dado mi propia vida durante tanto tiempo, y luego de verlos sangrando sin pelusas, con piel, más indefensos que nunca, decidí no tener más conejos.

Paso el tiempo, y a eso de los veintipico, tuve una coneja. Chavelita murió también, yo no supe cuidarla. Yo fui la autora de esa muerte por resfrió, los pulmones y el estómago de un conejo son dos piezas vitales de sus cuerpos. Murió Chavelita y renuncie por tres años a cualquier contacto con cualquier animal, sobre todo, si era un conejo. Esas marcas que yo sentí que dejaban en mi sus llegadas y sus partidas me comenzaban a atrofiar los músculos para querer, incluso, a personas. Pero llego febrero del 2006 y llego, con el, un conejo enano raza cabeza de león llamado Manchas, nuevamente, sí. Por sus manchas, claro, tengo alguna necesidad de ver algo incompleto, no totalmente blanco, no totalmente negro, una mezcla, un hibrido como yo.

Y Manchas llego mínimo. Sin edad, sin peso, sin contextura, sin movimiento. No sé qué edad tendría, ni se cuánto pesaba exactamente, pero se enfermaba mucho. Y yo dedique como nunca antes lo había hecho, todo el tiempo, todo el afecto necesario, para que su vida no se apagara como las otras.  Como la de Chavelita, que fue un golpe bajo, una cachetada mientras uno sonríe viendo un paisaje. Su muerte fue para mí, el grito que necesitaba para dejar de pensar y actuar, y comportarme como una adulta, como lo que la adolescente niega querer llegar a ser.  Y este Manchas llego para quedarse. Lleva conmigo siete años, siete años en los que yo viaje mucho a muchos sitios,  y me preocupé porque no le faltase nada, ni comida, ni visitas al doctor, ni cuidados, aunque la distancia nos quitaba tiempo. Tiempo, digo, porque con este conejito establecí una relación de tiempo, una relación en la que construimos códigos, vulnerabilidades capaces de sobrevivirse, y de sobrevivir al tiempo mismo, y aquí estamos. Acompañándonos en un lenguaje silencioso, capaz de saltar sobre  superficies lentas y otras altas.
 


El afecto que uno establece con sus mascotas, que luego se vuelven amigos, y que luego se vuelven pieza indiscutible de decisiones y de satisfacciones, se transforma todo el tiempo, como la energía misma, como la materia.  Los profesionales de la salud, que entienden que el ser humano es por naturaleza incompleto, entienden que un ser de otro lenguaje y otro mundo, como un animal, por ejemplo, puede completar ese mapa cargado de direcciones y vacíos. Eso son mis conejos en mi vida. Un espacio de paz.

Y con Manchas llegaron dos compañeros. En siete años pasan muchas cosas. Llego Untxi, un conejo que no era mío en principio, pero acabe adoptando. Otro macho de una personalidad totalmente opuesta a Manchas, que espera, hasta ahora tener crías. Ambos viven en el mismo espacio pero en diferentes jaulas, tienen su tiempo de juego, de paseo, tienen sus visitas al doctor, tienen su vida ahora conmigo. Manchas entiende mi profesión, por cierto, entiende que libros realmente son míos, y cuales solo están ahí. Manchas sabe cuándo alguien me llama por teléfono y no quiero contestar. Entiende como lo quiero, o eso siento. Con Untxi es distinto. Tenemos una relación menos cercana pero igual de intensa. Sus problemas de salud comenzaron a entristecerme, a motivarme a sentirlo más cerca y establecimos vínculos nuevamente.

Luego llegó Pirata. Y Pirata murió hace un mes y doce días. Y  junto con su muerte, llegó una parte de la mía. Y quisiera comentar mucho de cómo fue el, de cómo llego a mi vida, de cómo me gustó tenerlo cerca. Pero por razones que me exceden, solo diré que siempre existirá el espacio que dejó, que siempre recordaré cuando llegó a mis manos y que ahora, mejor que nunca, entiendo, gracias a él, esto del ‘efecto mariposa’.  Esto que es la vida, siempre llena de imprevistos, siempre llena de sorpresas.

Y eso era. Eso era lo que quería decir de Manchas, Pirata, Untxi, y de mi con ellos. Y de mi sin ellos también.
 
 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por publicar este texto Myriam! Espero visitarte pronto con Manchas y Untxi.

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  2. Andrea, wow! Pusiste en palabras eso que siento y no puedo poner en lenguaje fluido. Ayer perdí a mi Leoncio y con él se fue una parte de mi, de mi alma, de mi corazon y de mi vida. Tu entiendes mi sentir. Bellas palabras, bella tu alma. Un abrazo

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